Desde el retorno de la democracia, la dinámica política en España ha estado marcada por dos ejes tradicionales: el izquierda-derecha y el centro-periferia. Estos dos elementos, presentes en la mayoría de los países, han representado un desafío significativo para la formación de gobiernos en el contexto español.
Los dos partidos hegemónicos, el PP y el PSOE, han requerido en varias ocasiones el respaldo de partidos regionalistas, como el PNV y CiU. Con la irrupción de nuevos partidos en el escenario político, la fragmentación parlamentaria ha experimentado un aumento, incrementando la necesidad de contar con los votos de partidos regionalistas para lograr gobernar. Particularmente esta dinámica se ha manifestado en las investiduras de Pedro Sánchez, quien ha sido capaz de contar con el apoyo de las distintas fuerzas nacionalistas.
A lo largo de la etapa democrática, las agrupaciones políticas regionalistas con más peso han sido, en el caso del País Vasco, el PNV, y en Cataluña, CiU. Sin embargo, en los últimos años, ambas han visto como sus contrincantes políticos en los parlamentos autonómicos han igualado o incluso superado sus números en las elecciones nacionales. Esta coyuntura ha contribuido a pluralizar todavía más el espectro parlamentario español, lo que conlleva que obtener el respaldo necesario para ser investido presidente se convierta en una auténtica obra de ingeniería política.
Tradicionalmente, los regionalistas han optado por ejercer presión sobre los candidatos a la presidencia, con el fin de alcanzar acuerdos que beneficien notablemente a la comunidad autónoma que representan, a cambio de su voto favorable en la investidura de dicho candidato.
No obstante, el proceso de cambio de marca que ha atravesado CiU para transformarse en Junts per Catalunya ha provocado también el abandono de esta estrategia. Junts ha optado por adoptar una postura más radical y cerrada al pacto y hasta la presente legislatura ha optado por no hacer presidente a ningún candidato en pos de seguir el camino de la vía unilateral.
La dinámica de pactar con el mejor postor ha dado un giro de ciento ochenta grados desde la irrupción de Vox en el extremo derecho del eje izquierda-derecha. Esta irrupción ha propiciado el solapamiento de los dos ejes anteriormente mencionados, creando un nuevo supereje que agrupa, por un lado, a los partidos regionalistas y de izquierdas y, por otro lado, a la derecha que representa el centralismo.
El ejemplo paradigmático para ilustrar esta reconfiguración en la dinámica de alianzas estratégicas en el plano político, es el Partido Nacionalista Vasco.
El hecho de que Vox, con un discurso de corte centralista y diametralmente opuesto a un proceso de evolución nacional basado en la diversidad y la plurinacionalidad, se haya convertido en el socio preferente del Partido Popular ha generado un cambio en las prioridades de la derecha vasca.
Con la instauración de este nuevo súper eje que converge los dos preexistentes, el PNV se ha visto en la necesidad de optar entre dar prioridad a sus principios regionalistas o a sus postulados en materia económica. Esta elección surge debido a la incompatibilidad de regirse por ambos principios, ya que, por un lado, la izquierda no comparte la proyección de políticas económicas y la derecha hegemónica tiene como socio preferente un partido en contra de la identidad nacional vasca.
El resultado de este proceso de elección se manifestó en el último debate de investidura de Pedro Sánchez, donde el PNV optó por priorizar sus principios nacionalistas por encima de sus perspectivas económicas.
Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, expresó de forma contundente esta nueva posición esencialmente regionalista. Rememorando una memorable frase que el propio Aitor dirigiera al expresidente Mariano Rajoy, dejó en claro a Feijóo la negativa de su partido a formar alianza con el PP mientras mantenga a Vox como aliado: “Alberto, tu tractor tiene gripado el motor por usar aceite Vox”
La reciente postura adoptada por la derecha vasca evidencia un problema que lleva arrastrando el PP desde la aparición de Vox en el debate político. En un parlamento caracterizado por su fragmentación, en el cual es imperativa la colaboración de los partidos regionalistas para obtener la presidencia, el PP ve cada vez más inalcanzable su apoyo.
La radicalización del discurso centralista de la “derecha moderada”, orientada a recuperar los votantes que se desplazaron a la extrema derecha y restablecer la hegemonía sin competencia en el sector derechista y centralista de este nuevo supereje, ha generado igualmente que los sectores regionalistas rechacen incluso la posibilidad de entablar negociaciones.
El PP se encuentra ante uno de sus mayores dilemas en los últimos años en un momento crucial y de alta complejidad política. La retórica de la oposición, con el objetivo de deslegitimar el actual gobierno de coalición, no hace, sino reflejar la impotencia derivada de la incapacidad de gobernar sin el respaldo regionalista, un apoyo que no se materializará hasta que el PP renuncie a la estrategia fundamentada en pactar con la extrema derecha.
Con la actual coyuntura, el PP tiene dos opciones para recuperar el poder. Por un lado, volver a las andadas de la moderación, abandonando cualquier vínculo con la extrema derecha y haciendo posible un escenario de negociación con los partidos nacionalistas. O, por otro lado, puede optar por captar votos de los sectores de votantes del PSOE descontentos mediante un discurso agresivo que polarice la sociedad española. La elección recae exclusivamente en el PP, y fluctúa entre regresar al camino de la convivencia política e institucional o fomentar la división social, la falta de entendimiento y la radicalización.
Comentarios
Publicar un comentario